Entrevistamos al destacado dramaturgo nacional quien por estos días regresa a la cartelera teatral con la alabada obra de 2015, Xuárez, protagonizada por Claudia Celedón y Patricia Rivadeneira. Este montaje, dirigido por Manuela Infante, es parte del Ciclo GAM 10 años.
Primer Acto
Un bosque habitado por las más bellas especies
Luis Barrales se apresura en mencionar que no quiere ver las protestas sociales como una fuente de inspiración. Uno por respeto al movimiento, y dos, porque no es el momento. Sin embargo, su discurso sigue estando plagado de dramaturgia, en especial cuando de imágenes se trata.
“Una de las cosas más bellas que tienen las manifestaciones es precisamente eso, su heterogeneidad y como convive esa heterogeneidad, es como si se tratase de un bosque, ¡en el mejor de los sentidos! Un bosque, en términos ecológicos, no es una sola especie, son muchas especies, de árboles, de pajaritos, de flores, de mamíferos que coexisten, armónicamente. Entonces cuando te adentras en las manifestaciones ves a las chicas que son feministas, punkis, pokemones, viejos, y la dinámica que los unifica permite, además, que todo sea muy gozoso, ¡si para protestar no necesariamente hay que pasarlo mal todo el rato, si nos quitan el sentido del humor ¿cómo vivimos?!”, manifiesta.
Esto, precisa, en alusión a las críticas que han surgido desde algunos sectores en relación al tono festivo que tienen las manifestaciones. “En general las marchas tienen eso, se empiezan a derribar barreras y empiezan aparecer, en términos organizativos y solidarios, lo mejor del ser humano, ¡y ahí, claro, aparecen las críticas, ¡esto no es fiesta!, ¡ey, no estás ahí, no tienes idea cómo funciona! ¡También hay lugares más serios, si a ti no te gustan las personas que están bailando y cantando, te puedes ir a sentar a un lugar más tranquilo! Te puedes ir meter en un cabildo donde hay gente discutiendo ¡Si te gusta más el hueveo te puedes ir a tomar cerveza con los cabros que están un poco más allá! Si eres más frívolo puedes ir a escuchar música, ¡y a propósito de memética!, hay un rayado en una pared donde dice, ¡haz la huevá que queráis!, precisamente estamos criticando una sociedad de control que intenta homogeneizar todas las manifestaciones de la vida ¡y vienes tú a joder, no, yo no estoy de acuerdo!”, proclama.
En este ir y venir de imágenes, observa el dramaturgo, nos podemos encontrar con un sinfín de postales de distintas naturalezas, desde la ideológica, a la puramente estética, que confirman, además, que el mundo popular sigue siendo uno de los grandes generadores de belleza. “Nos habían hecho creer, ¡y eso es lo impresionante, que uno lo termina creyendo, sabiendo que por ley natural no puede ser!, y es que el pueblo chileno ha dado muestra, ¡y no solo el chileno, el mundo popular en general!, que son grandes generadores de belleza. Desde el lenguaje, la impresión plástica, la música para qué decir, ¡la mejor música de Chile ha sido escrita por proletas! Entonces nos habían hecho creer que hasta eso habíamos perdido.
Nos dimos cuenta, además, que el pueblo chileno sigue siendo profundamente ingenioso, profundamente creativo. Y hoy esa creatividad se expresa con esta síntesis de twitter, ‘tengo poco tiempo, van a mirar poco, tengo que ser preciso, conciso y además, bello’. Entonces salen con una cantidad de carteles impresionantemente bellos. Me ha impresionado mucho también ética y estéticamente la conformación de la primera línea. Estos chicos, como se organizan, de dónde provienen, cuestiones que los unifican y cómo son capaces de trabajar cooperativamente, de organizarse. Todo eso es también muy bellísimo”, destaca.
Hay cuestiones que uno manifiesta en privado, no sé, cuando aparece la reedición de El derecho de vivir en paz interpretado por cantantes chilenos, ¡qué importa que no te guste, huevón!, ¡por qué tiene que ser importante que no te guste más allá de tu ámbito privado! ¡A mí tampoco me gustó, lo discuto con mis amigos, fin!, ¡están tratando de apoyar! No soy sensor moral para decir esto sí es de izquierda, esto no es de izquierda”.
Segundo Acto
El acto del miedo
“El miedo es de manual. El único modo de dividir a gente que se ama es con el miedo, ¡es de manual, absoluto! Ya Shakespeare nos enseñó todo eso, Yago (Otelo, 1603) es capaz de separar a los que se aman a partir de mentiras, de engaños, de violencia, de miedo. Y en eso estamos, si hay que dividir en actos estas manifestaciones sociales, estamos recién en el segundo acto. El acto del miedo, vamos a ver cuánto más somos capaces de soportar y ¡cuáles son las consecuencias!, si es que nos sublevamos a ese miedo”, alerta.
Esto, observa el dramaturgo, porque el escenario y el panorama que se vislumbra es bastante oscuro y complejo. En ese contexto, afirma, se entiende que hasta un Estado bien intencionado pueda no dar una respuesta inmediata a demandas tan heterogéneas, lo que no se entiende y no se justifica por nada del mundo, es que un Estado no dé una respuesta heterogénea al problema de violencia no orgánica, violencia no política al que están siendo sometidos los ciudadanos, distingue.
“El Estado, a través de este gobierno ideológicamente muy a doc a ese tipo de respuestas, lo que quiere es sacar a los militares a la calle, y quiere reprimir, reprimir, reprimir, ‘con distinción’, argumentan ellos, pero es legítimo que sospeche de esa distinción si desde hace bastante tiempo ya que carabineros en particular, viene dando muestra de ineptitud y de corrupción generalizada, profundísima, tanto así que lo transformaron en una cultura. Entonces es muy difícil que con ese tipo de respuesta, el gobierno pueda solucionar algo”, advierte.
La esperanza, entonces, está puesta en los heroicos jóvenes que son parte de esta epopeya social. Una esperanza que no tiene nada de irracional y que también es empírica, señala el dramaturgo. Pero así como hay esperanzas, también hay temores, en especial porque esta generación se vincula con el miedo de un modo muy distinto a las anteriores generaciones. Esto, dice el escritor, porque es muy probable que en estricto rigor, no conozcan en ese miedo, y no es que no lo tengan, simplemente nunca lo han experienciado, evidencia.
“Tengo mucha fe en los jóvenes, pero le tengo miedo a los militares, yo todavía veo a un milico y algo ocurre en mi cuerpo, no es normal verlos en la calle, independiente de que yo sea capaz de racionalizar que no me va a hacer nada, supongamos. La estupidez y la inoperancia del gobierno de no saber leer cual era el horizonte de esta demanda, es muy triste. En muy triste porque ni siquiera alcanzaron a escuchar a sus ciudadanos cuando ya estaban reprimiendo. Por otra parte las respuestas que han dado han sido absolutamente insuficientes, no solo en términos de satisfacer las demandas, sino desde el ethos. La ética del gobierno ha sido triste, tristísima, avergonzante. Los gobiernos de la Concertación también han tenido episodios donde se han violado los derechos humanos, fundamentalmente, con el pueblo Mapuche, pero no sé, ¡verlos negar informes de amnistía, verlos relativizar el informe de Human Rights Watch!, ¡da vergüenza!”, sentencia.
¡Nuestros viejos están aterrados, literalmente!, incluso aquellos que fueron luchadores y contestatarios activamente durante los ochenta, están aterrados. Los fantasmas son demasiado poderosos”.
Tercer Acto
La marginalidad
De pronto, en medio de la conversación, surge una hipótesis por parte del dramaturgo: “Supongamos que por arte de magia la resistencia desaparece, que por arte de magia se satisfacen todas las demandas que está exigiendo el pueblo. ¡Nada de eso serviría porque nuestra psiquis sigue siendo neoliberal y va seguir siéndolo por mucho tiempo más!”, analiza.
Bajo esa premisa, añade, estamos metidos en un zapato chino sistémico, que ante lo heterogéneo de las demandas, solo uno es el sentimiento que tenemos en común, la rabia. Un sentimiento que puede ser muy poderoso, pero también muy frágil, expresa. “El estado de tensión en el que estamos viviendo los sujetos medianamente integrados, no se compara en nada con el terror que están viviendo en las poblaciones, para que decir en Lo Hermida, una población totalmente invisibilizada.
Cuesta tener también una perspectiva, a pesar de lo globalizado e hiperinformados que vivimos, de los niveles de violencia a los que estamos siendo expuestos. Es decir, palpar esa violencia es muy difícil, todos los que hemos ido a las marchas sabemos lo bestias que son las Fuerzas Especiales, solo aquél que jamás lo ha experienciado, el que no ha ido a la calle a protestar, es el que puede decir yo apoyo a Carabineros, y si no ha salido a la calle a protestar es porque nada le molesta. Y si nada le molesta, precisamente es parte del problema.
¡Quién puede ser feliz en un sistema así!, solo aquél que recibe las regalías o simplemente que no le importa nadie más que él. Un poco de eso fue lo que vimos hace un par de semanas en el mall La Dehesa, expulsar al otro, ¡‘desaparece, vuélvete a tu población, a tu barriada y déjame ser feliz, allá tú y tus demandas’!”, observa.
Barrales precisa que ni siquiera era necesario el estallido social para corroborar que los chilenos somos tremendamente clasistas. En ese aspecto, puntualiza, el clasismo es un sistema de costumbres, de creencias, que se aplica todos los días y en todos los ámbitos; más aún, ni siquiera necesita de expresiones explícitas y burdas como lo acontecido en La Dehesa, para poder constatarlo.
Y es precisamente aquí donde se presenta otro debate, el intentar comprender a un otro, aquello, expresa, uno de los actos que más cuesta en este tipo de circunstancias, ¿por qué?, porque comprender al otro pasa por devolverle las capas de humanidad que uno, con o sin razón, le ha ido quitando, por la realidad misma, o por otras circunstancias, explica.
“Entonces uno tiende a mirarlos y en vez de reconocerlos por lo que son, es decir, seres humanos, los miramos como caricaturas de seres humanos. Pero insisto, intentar comprender es una dimensión un poco más real, más sensata, y precisamente tiene que ver con eso, con la emergencia que generalmente nos produce la otredad, emocionalmente nos produce miedo, lo queremos alejar, porque no lo hemos visto, ¡porque ellos no lo han visto! En su sistema comportamental, ¿a quiénes son los únicos que han visto los vecinos de La Dehesa?, a sus empleados, y en ellos han reproducido toda esa violencia que puede ser incluso, una violencia cariñosa”, subraya.
Hace un par de semanas, recuerda, le escuchó decir a una senadora o diputada de derecha que había violaciones no violentas, y que, por lo tanto, no era necesario un mecanismo de coacción física, porque la coacción es tan sistémica que no necesita de esa violencia, prueba de ello, ejemplifica el dramaturgo, el derecho que tenían los terratenientes por sobre sus empleados hace un par de décadas atrás.
Ser facho, y pobre
“¿Cuál es el insulto más recurrente que reciben los carabineros hoy en día en las manifestaciones?, desclasado, desclasado chupa pico, ‘yanacona le digo yo’. Y aparecen todos esos calificativos, el facho pobre. Este último es bien especial, porque además de ser una reproducción en nosotros mismos, es como que le concedimos la posibilidad de ser facho a aquél que es rico, pero en el pobre es impensado, nos reímos del nazi moreno. Entonces a diario, también somos reproductores de ese sistema, con conciencia, con menos conciencia, nos acomoda más, nos acomoda menos, pero de igual forma somos reproductores de ese sistema”, confiesa.
“Por eso es tan bonita la revolución feminista, porque a los que nos interesa, por lo menos, revisarnos, nos está haciendo ver un montón de comportamientos que teníamos naturalizados e internalizados”, expresa. Es en el terreno de la experiencia con el otro, continúa el autor, donde se presentan ciertas condiciones, ya sea desde una predisposición genética, hormonal a abrirse a conocer a otro.
Es súper arriesgado lo que estoy diciendo, pero cuando uno mira a los hombres de Fuerzas Especiales -y aquí me tomo un poco de las tipologías de Sheldon, las tipologías de Sheldon hacían una descripción psíquica del sujeto a partir de su físico, de su cuerpo-, entonces uno ve a los de Fuerzas Especiales y uno dice, ‘estos son tipos que tienen problemas con la testosterona’. Yo alcancé a experienciar algún grado de convivencia con ese perfil de personas, los conocí en el colegio, son los matoncitos, son aquellos que además de las circunstancias culturales y sociales que les pueden potenciar, tienen una cuestión hormonal, y es que les cuesta controlar la rabia.
¿Cómo nos hacemos cargo de eso?, por medio de una sociedad interesada, de una sociedad más amable, en el peor de los casos, de una familia cariñosa, se los trata, ‘¡yo sé que tienes un problema y para eso te voy a educar!’. Y el educar es un entrenamiento, las frustraciones no se resuelven así, no se resuelven así, hasta, que llega un minuto en que el sujeto la internaliza y cambia, y es capaz de vivir en sociedad.
Entonces yo veo a los de Fuerzas Especiales y digo, ‘son todos matoncitos de barrio, todos tienen cuerpos muy parecidos’, ¡obviamente los seleccionan para eso!, y no es que todos porque también conozco a mucha gente con esos biotipos que lograron conversar. Es muy arriesgado lo que digo y me pueden tratar hasta de biofascista, pero algo de eso hay”, opina.
Uno alcanza a experienciar ciertos tipos de violencia, clasistas, sexistas, o racistas, nunca todas, pero a todos nos van produciendo repercusiones internas que son muy difíciles que salgan del odio. Lemebel hablaba de esta sumatoria: pobre, maricón y Mapuche. La suma de todas las marginaciones.

Cuarto Acto
La belleza
Para Luis Barrales su bicicleta es sinónimo de belleza, no por nada la suya ocupa un lugar estratégico dentro de su departamento. Cual obra de arte, específicamente una pintura, su bicicleta Mango, color rojo, cuelga de la pared de su living. La sostiene una singular pieza, una cabeza de toro de madera y de cuyos cuernos descansa la bici.
“Esta bicicleta es más bonita que útil, pero para los viajes que hago me es suficiente. Y la verdad es que me encanta que sea bonita, me parece fundamental que, algo que encuentres bonito, lo uses, me parece que, contrario a lo que uno pudiese pensar, es un acto tremendamente revolucionario y para nada de frívolo. El acceso a la belleza también debiese ser garantizado y universal. Grey hablaba de eso, las ciudades donde los parques, el verde, y los árboles son un derecho, la calidad de vida de las personas mejora a partir de las más pequeñas interacciones”, remarca.
Y eso, continúa, también es sistémico, puesto que la apreciación estética que se puede tener hacia la bicicleta o el barrio, amplía las posibilidades de apreciaciones estéticas más profundas. Un ejemplo de ello, revela, es lo que está pasando con el mundo teatral. “Hay un clima especial producto del estallido social, se está haciendo ¡mierda, mierda! antes de que parta la función y en colaboración con el público. Antes no, veías a gente mirando el celular, se transmitía la grabación de mierda, y comenzaba la obra. En cambio ahora, aparece una persona, conversa con el público y le extiende la invitación para hacer el ya tradicional ¡mierda, mierda! entre todos. Entonces eso predispone inmediatamente la percepción, lo que hace que el público esté más abierto”, destaca.
El acomodo en la precariedad
Esa apertura por parte del público, dice el dramaturgo, la palpó de cerca hace un par de semanas a la salida del Teatro Nacional. Después de la función, cuenta, se realizó un foro donde se le acercó una mujer quien le dijo -casi en un tono de petitorio- que el acceso al arte debería estar garantizado para todos.
“Aquella mujer, que se definía así misma como pobladora, hablaba de la necesidad de que el acceso al arte debiese ser garantizado para todos. Los humanos somos muy febles, nuestras capas de cuturización desaparecen rápidamente. De inmediato -y así lo hemos constatado-, nos podemos volver bárbaros, provocando que todas nuestras capas de civilización desaparezcan muy rápidamente, y al revés, si civilizar –comillas-, cuturizar a un sujeto es una pega larguísima y carísima, a la larga, es mucho más caro no hacerlo. Entonces constatamos desigualdades de todo orden, incluso yo, como teatrista o como generador de teatro, no sé, también estaba súper acomodado, al punto de no hacerme preguntas respecto al acceso al arte. Es tan precario todo, ¡es bien curioso eso, me acomodo en la precariedad!, reflexiona.
Ese acomodo, confiesa, alcanzó incluso la postulación a fondos concursables. “Necesitábamos tanta energía para producir una obra de teatro con estándares mínimos de humanidad, la remuneración de los trabajadores, por ejemplo, que en fondos concursables como el Fondart nos veíamos en la obligación de inventar. ¿Qué es un proceso de creación?, es reunirse con un grupo de personas a pensar, sentir, cuestionar algo, pero no, ¡tienes que enviar un proyecto con la huevá lista antes!
Entonces te sientas a mentir muy organizadamente. Logras que te pasen fondos y esos fondos aseguran el mínimo, porque tampoco nadie se atreve a pedir de más. En una discusión decíamos, ‘huevón, cuánto es lo que tú consideras digno para hacer esta pega’, entonces te preguntas, ‘¿qué es lo digno?’, si yo digo, ‘en realidad le voy a dedicar tantas horas al día y eso significa, no sé, un millón y medio de pesos’, ¡me parece una falta de respeto, sobre todo si viene del Estado! Entonces ahí vienen esas discusiones, ¡‘pero cómo se los voy a pedir al Estado para hacer una obra que al fin de cuenta van a ir a ver burgueses, pequeños burgueses ilustrados con conciencia social! Y eso lo hemos debatido mucho tiempo, que también es una discusión que viene, que se va a dar entre nosotros, quizá no todavía porque hay cuestiones todavía más urgentes, pero también se va a dar esa discusión en el arte, hacia quién estamos dirigiendo nuestros esfuerzos comunicativos, con quién nos queríamos comunicar”, cuestiona.
Y si ese debate se traslada al terreno de la política, se estaba sermoneando para converso, agrega, donde las manifestaciones disidentes estaban invisibilizadas, invisibilizadas y además, cubiertas por la cultura del clasismo. “El teatro popular, el teatro de calle, ¡mal visto!, el teatro infantil, ¡mal visto!, se reproduce la misma lógica. Si yo me dedico a educar niños, el profesor, ¡pobre!, cuando en una sociedad mínimamente racional debería ser al revés, al hombre que se le llegó a conceder el privilegio de educar niños, o a la mujer que se le entregó el privilegio de educar niños, tiene que ser muy bien remunerado, ¿por qué? porque es un seco. Entonces todas esas mecánicas se reproducen en todos los ámbitos. En el teatro también hay clasismo, también hay machismo, a veces puede ser más atenuado, pero existe igual”, subraya.
Chile, un país que se hace agua por todos lados
Yo asocio la bicicleta más a paseo que a transporte, confiesa el dramaturgo, para luego agregar que confía más en una persona que se mueve en bicicleta que en automóvil, ello, a pesar de que él es usuario de ambos medios de transportes. “Claramente la bicicleta produce beneficios indiscutibles, no solo en lo más directo que tiene que ver con el transporte y la descongestión de la ciudad, sino que también en la salud de las personas, en el estado de ánimo, como que te subes a la bicicleta y te pones contento al tiro, claro que ese estado de felicidad te lo pueden arruinar muy fácilmente porque para que estamos con cosas, la viabilidad que hay en Chile es insuficiente”, reclama.
El escritor acusa que en general la infraestructura vial en nuestro país es pobre, pobre, pero por sobre todo, injusta, esto porque si se tiene escasez de recursos y múltiples demandas -como dice la teoría del liberalismo tradicional-, no va a alcanzar para todos. Entonces, sugiere, se tiene que potenciar donde sea mejor para la comunidad, “y de repente es mejor para la comunidad que se invierta en ciclovías que en carreteras”, promueve.
Y si bien en los últimos años ha habido avances, no se sabe cuál es el nivel de organización que tienen esos avances, se pregunta el escritor, sino que más bien responden a iniciativas impulsadas por el mismo sistema neoliberal imperante. “También tiene que ver con la ciudad como un sistema hipercomplejo, por lo tanto, se debe aplicar mucha inteligencia para poder coordinar, para hacer que la bicicleta sea efectivamente un sistema de transporte viable. Todos esos son desafíos de países inteligentes, ¡y nosotros todavía no somos un país inteligente! Inteligentes en el sentido de tener la capacidad de preveer las problemáticas y de encontrar soluciones antes de que ocurran, en definitiva, tener la capacidad de planificación.
El estallido social ha servido también para derribar ese mito que nos creamos durante la década del 90, el de Chile como los jaguares de Latinoamérica ¡O sea, somos un país que se hace agua por todos lados, por todos lados! La verdad es que no sé si hay algo que funcione bien en este país, y en ese aspecto una pregunta desafiante sería: ¿qué funciona bien en este país? Si me haces esa pregunta no sabría cómo responder, es decir, tendría que dejar pasar harto tiempo para poder responderla”, declara.
Un país inteligente estaría diciendo, ‘sabes que, dentro de todo el desastre que quedó, rescatamos tres o cuatros cuestiones positivas que son aplicables’. Una de ellas, constable, el aumento en el uso de la bicicleta, por ende, se construirá mejor vialidad para el uso de la bicicleta, mejor infraestructura. Por otra parte, el estallido social dejó en evidencia que se puede trabajar menos, se pueden ver, por ejemplo, los procesos de eficacia en la producción. Hay harto de lo que se puede aprender si hubiese voluntad.
Quinto Acto
Ángel para un final
— En un inicio de la entrevista hablabas de que si hubiese que dividir las manifestaciones sociales en actos, estaríamos recién en el segundo, el acto del miedo. Siempre desde la dramaturgia y pensando en este estallido social como en una gran puesta en escena, donde todos somos protagonistas ¿cómo te imaginas el final de esta obra de teatro?
— Depende, si es un drama, una tragedia o una comedia. Las únicas obras de teatro que tienen finales felices son las comedias, ¡ojalá no sea una tragedia! Si fuese un drama, a mí ya me basta, porque aprendimos algo, que todo lo acontecido no se debiese volver a repetir. Ideal es que fuese una comedia, pero es muy difícil.
La Pérgola de Las Flores, obra que ha sido muy ninguneada y calificada de amarilla dentro del mundo teatral -en mi opinión- ¡es una de las obras de Chile! Ahí sí hay un final feliz, final feliz que, por ejemplo, perfectamente puede ser aplicable a la Constitución. Si tú me hicieses escribir a mí la Constitución, en privado, como Jaime Guzmán, es muy probable que salga un engendro socialista. Pero la Constitución tiene el deber de representarnos a todos, y eso pasa por las decisiones justas, salomónicas.
Ya aprendimos, con la experiencia, que el Marxismo todavía no tiene base. Para empezar, Marx nunca propuso una idea acabada del Estado, entonces, si yo soy Marxista, puedo ser el mejor Marxista del mundo, pero sobre el Estado voy a tener muy pocas nociones de cómo se administra ese Estado. Nosotros ya entendimos, por las experiencias históricas lejanas en el tiempo y el espacio, que casos como el de Venezuela no funcionan, tampoco estamos dispuestos a eso, uno, porque el modelo puede fracasar por si solo, o, si no fracasa por si solo, tampoco estamos dispuesto a vivir más matonaje de lo que vivimos. A mí esa cuestión me interesa, me interesa que los gringos no se metan en esto, porque cuando los gringos se meten, se arruina todo, siempre, es una regla sine qua non, funciona siempre, donde se meten los gringos, queda la cagada. Entonces yo no quiero que los gringos vengan para acá.
Me parece que un final feliz sería un consenso, un consenso transversal, no de las cúpulas políticas a las que nos hemos acostumbrados y que en estricto rigor son falsos consensos, porque ellos se representan al poder económico que los coaptó, al punto de literalmente, legislar a partir de correos electrónicos que le entregaban empresas, hasta ese nivel llegamos. ¡O sea, les decían que poner en la ley, así de caraduras!
Entonces me parece que un bonito final sería transmutar hacia una Constitución que nos represente a todos, literalmente a todos.
FIN
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