La bicicleta, una historia de vida

Preparando este especial de La Dolce Bici nos encontramos con el testimonio de la señora Isabel Martínez, viuda de Hipólito Castillo, un hombre aficionado por las bicicletas y que le heredó a su esposa e hijos, una colección de bicicletas que, según los entrevistados, bordean los cien años. Parte de estos vehículos se exhibirán el día del Conversatorio: “Ley de Convivencia Vial, Tarea de Todos”, a realizarse el próximo jueves 3 de octubre.

La familia Castillo-Martínez es una familia con mucha historia. Hipólito Castillo, padre, quien falleció hace un par de años, se hizo muy conocido por competir en bicicleta, pero también por las pinturas -para bicicletas-, que llevaban su apellido, “Pinturas Castillo”. Por su parte, Hipólito Castillo, hijo, es el actual Jefe de Carrera de Turismo Sustentable del Instituto Profesional Los Leones y el actual guía turístico de uno de los palacios más antiguos de Santiago, el Palacio Cousiño.

La historia que aquí les presentamos, se narra en voz de la señora Isabel Martínez, viuda de Castillo y madre de Hipólito Castillo, hijo. Tanto la señora Isabel como su hijo Hipólito, han vivido durante toda su vida –y he aquí el otro hecho que ha sido parte de su historia- muy cerca de un Monumento Histórico Nacional, un espacio que durante la dictadura militar fue centro de detención y torturas de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), la Venda Sexy, casa que está ubicada en la comuna de Macul y que en las últimas semanas ha estado en el centro de la noticia por una posible venta.

Esta entrevista tiene como propósito realizar un rescate de la memoria, y reconstruir –en voz de su viuda-, la historia de un hombre cuyas paredes de su hogar albergan, probablemente, la colección de bicicletas más antiguas de Chile. Parte de estos vehículos se exhibirán el día del Conversatorio que La Dolce Bici, en colaboración con la carrera de Producción de Eventos del Instituto Profesional Los Leones, está organizando para el próximo 3 de octubre en el auditorio del Instituto, Arturo Prat 269.

¿Quién podría realizar un viaje en bicicleta a Argentina con el único propósito de adquirir repuestos originales para su bicicleta?, solo un amante de este vehículo de dos ruedas y alguien que no aceptaba imitaciones. Ese es el caso de don Hipólito Castillo (en las fotografías), quien según nos cuenta su viuda, la señora Isabel Martínez, su esposo cruzó varias veces la cordillera en busca de repuestos originales. “Mi marido cruzó la Cordillera de Los Andes varias veces, siempre lo hacía en compañía de su amigo, Abelardo Reyes. ¿La razón de la travesía?, traer repuestos originales de bicicletas desde Argentina, esa era la idea”, relata la señora Isabel.

La ciudad que proveía de estos repuestos a don Hipólito y su amigo Abelardo, era Mendoza, desde allá transportan cajas de repuestos que cargaban sobre el manubrio de la bicicleta. “Eran cajas que pesaban cantidades, yo no sé cómo tenían tanta estabilidad y destreza, el manejo con la bicicleta era impresionante”, enfatiza su viuda.

La señora Isabel relata que don Hipólito siempre estuvo vinculado a la bicicleta, de hecho, cuando ella lo conoció y antes de que contrajeran matrimonio, el señor Castillo se dedicaba a pintar bicicletas. “Polo siempre estuvo vinculado con este mundo de dos ruedas porque era pintor de bicicletas. Tanto así que cuando los competidores extranjeros venían a Chile, siempre querían pintar sus bicicletas con las “Pinturas Castillo”, ¡es que eran muy famosas!”, remarca.

Esta fama se deba quizás a que su trabajo era realizado a mano, “yo iba al taller y lo veía dibujar los diseños en los marcos de las bicicletas, dibujaba flechas y otras figuras en colores rojos, verdes, y amarillos. El cliente pedía el diseño, en un principio era una, o dos bicicletas, pero con el tiempo el trabajo se fue transformando a gran escala”, cuenta. A tanto llegó la fama de la marca que incluso había algunos ciclistas que competían con la propaganda en sus camisetas.

El año 1956, prosigue la señora Isabel, don Julián Burgos Bustos, empresario, abrió una fábrica de bicicletas en la ciudad de Arica. A este gran suceso, cuenta, estuvo invitado todo el rubro bicicletero, entre ellos, don Samuel del Valle, mecánico oficial de la selección de ciclismo nacional, ciudadanos peruanos, bolivianos, y por supuesto, don Hipólito Castillo, con sus “Pinturas Castillo”.

— ¿Qué tipo de bicicleta tenía?

— “La primera que tuvo fue una pistera piñón fijo. Lo más probables es que haya sido una bicicleta que fue armando de a poco porque su papá era de escasos recursos y estaba muy enfermo, además tenía varios hermanos, entonces no creo que la haya comprado, yo creo que la armó de a poco”.

Al momento de su muerte, el “rucio Castillo”, como era conocido, fue escoltado por una gran cantidad de ciclistas, quienes lo acompañaron hasta el cementerio donde finalmente descansaron sus restos. “Es que era muy conocido”, recuerda la señora Isabel.

Entrevistando a la señora Isabel nos llevamos una gran sorpresa, puesto que con mucha alegría descubrimos que, a sus más de 80 años, todavía utiliza la bicicleta como su medio de transporte. “Yo aprendí a andar en bicicleta en el sur, no acá en Santiago, de eso hace ya más de setenta años. De hecho, cuando conocí a mi esposo yo ya sabía andar en bicicleta y fui yo la que les enseñó a todos nuestros hijos”, confiesa.

En la imagen, al medio, un ciclista profesional que luce la propaganda de “Pinturas Castillo”. Fotografías, archivo personal familia Castillo-Martínez.

— ¿Hace cuánto tiene su bicicleta?

— “Con toda seguridad podría decir que mi bicicleta tiene cerca de cien años. Es más, le voy a contar una anécdota. Hace un tiempo andaba con mi bicicleta cerca de Vespucio y un señor que iba en un auto me dijo: ‘Señora’, ‘¡sí, dígame!’, le dije yo, ‘esa bicicleta tiene más de cien años’, ‘¡¿cómo sabe usted?!’, ¡haciéndome la lesa, porque yo ya sabía!, ‘¡ah, no tenía idea!’. Yo ya sabía que la bicicleta tenía más de cien años porque en mi poder la tengo desde mucho antes de casarme. ¡Imagínese, más de 60 años de matrimonio!, mi marido me la regaló mucho antes de que nos casáramos, y lo más probable es que él se la haya comprado a una persona X. ¡Más de cien años! Es una bicicleta italiana y me gusta mucho porque es muy femenina. No he pensado en cambiarla ni pintarla tampoco”, remarca.

— ¿Cómo es su convivencia con automovilistas y buses del Transantiago?

— “Los choferes de Transantiago y los taxistas son los dos puntos en contra que tenemos los ciclistas, ¡porque me incluyo, he andado toda mi vida en bicicleta entonces puedo hablar con propiedad! Pero de los dos, sin duda que los taxistas son los que menos respetan”, asegura.
Está tan familiariza con la dinámica de la ciudad, que para ir al supermercado o la farmacia prefiere tomar su bicicleta en vez de esperar el transporte público. “Entre esperar 25 minutos la locomoción colectiva, mejor tomo mi bicicleta y me voy, ¡en todo ese rato estoy quizás por donde!”, ironiza.

Pero dice que también privilegia la bicicleta por sobre el transporte público, para ahorrarse el costo del pasaje. “Es que aquí en Chile es muy cara la locomoción, ni comparado con Argentina. Hace unos meses viajé a Buenos Aires con un sobrino y me di cuenta el transporte público allá es muy barato, además de expedito, ni comparado con Santiago. ¡Imagínese que para ir a Franklin tengo que desembolsar $1.400 pesos, entonces no, prefiero hacer el viaje en bicicleta!

Es tanto su amor por la bicicleta que incluso encuentra en ella propiedades físicas y terapéuticas. “¡A mí no me van a mandar a un gimnasio a hacer deporte porque la bicicleta es completa, igual que la natación!, y cuando me dicen: ‘señora, vaya a los cursos’, ¡nooo, a mí tampoco me gusta mucho andar en estas cosas de la Tercera Edad porque en mi casa tengo mucho que hacer, y de paseo me llevan mis hijos, así que no, muchas gracias!”, manifiesta.

— ¿Y qué le parece la infraestructura que existe para los ciclistas en la ciudad de Santiago?

— “Aquí en la comuna de Macul no hay ciclovías y no entiendo por qué, sobre todo considerando que cada vez hay más ciclistas. Entonces eso hace falta, cuando voy al centro de Macul generalmente me voy por la vereda, ‘¡que no lo debería hacer!’ -la interrumpe su hijo Hipólito, y ella no se demora en responder- ¡bueno no importa, pero yo soy prudente y no voy andar compitiendo! Una vez un micrero me cazó la mana y no podía sacarla, justo en Macul, así que le tengo respeto a la calle”, finaliza.