Desde el 28 de junio hasta el 28 de julio se presentará en el Teatro del Puente la obra “Lucecitas en el cielo”, del dramaturgo Cristián Cristino. Este montaje es dirigido por Mario Monge y protagonizada por María Paz Grandjean, Juan José Acuña, Andrea Giadach y Rocío Canales. La Dolce Bici entrevistó a dos de sus protagonistas, María Paz Grandjean y Andrea Giadach, quienes se declaran como “ultra cleteras”.
Ya sea por su contexto histórico o por sus personajes, “Lucecitas en el cielo” es una pieza teatral que está repleta de lugares comunes. Lo es por la dictadura militar de Augusto Pinochet y por quienes inspiran a las actrices para la construcción de sus personajes. Marcia Jones en el caso de María Paz Granjean y Marta Ugarte en el caso de Andrea Giadach. La primera, personaje ícono de la primera teleserie chilena, “La Madrastra” (1981), del dramaturgo Arturo Moya Grau e interpretada por la recordada actuación de Jael Ünger. La segunda, víctima de –probablemente-, uno de los crímenes más horrendos de la dictadura militar. La detención, desaparición y posterior asesinato de Marta Lidia Ugarte Román y cuyo cadáver fue encontrado en la playa La Ballena en septiembre de 1976.
“Mi personaje tiene como inspiración primera a Marta Ugarte, que es esta mujer cuyo cuerpo fue tristemente encontrado en la playa. Marta fue una de las mujeres que la DINA arrojó al mar, el riel que estaba amarrado a su cuerpo y que en ese entonces se le conocía como ‘el paquete’ se desprendió y su cuerpo terminó en la playa. Este es el crimen que durante la dictadura los medios de comunicación publicaron bajo titulares que no correspondían, atribuyendo el episodio a un asunto pasional o nombrándola como la muchacha del bikini.
El mío es un personaje que está basado en Marta Ugarte, pero también es un personaje que niega lo que le sucedió y lo explica de otra manera. En ese aspecto hay una suerte de extremar la negación de la tortura en esta puesta en escena y eso es lo interesante que tiene este montaje y mi personaje, que es llevar al extremo la negación”, confiesa.
La actriz revela que si bien Ugarte es una figura que tiene guardada en el disco duro de su memoria, a su vez es también una figura a la que tiene un poco alejada. “Siento demasiado respeto y hasta temor por usarla mucho como referente. Así como a cualquier persona que fue detenida, torturada y asesinada. Entonces me pasa algo bien interesante que tiene que ver con apelar a una verdad muy natural en escena, para así defender ese otro lugar y no hacer un referente muy claro, porque creo que realizar una especie de clon o imitación e incluso llevar el gesto de una persona detenida desaparecida a escena, es demasiado tremendo”, precisa.
En ese sentido, destaca la actriz, es bien interesante el rol que desempeña su compañera de escena. “Mientras la María Paz está jugando con un estilo que tiene que ver con el melodrama y la teleserie, yo estoy jugando con un estilo que tiene que ver más con un naturalismo, y eso es súper novedoso, interesante y hasta arriesgado, también”.
Mi personaje, dice María Paz Granjean, es como una especie de extensión de esa representación que era Marcia Jones. “Es como si se hubiese salido de la televisión y hubiese seguido viviendo en el cuerpo de otra persona, porque en esa época estaba la actriz Jael y ahora está la actriz María, algo así, yo lo voy asumiendo de esa manera. Al igual que Marcia Jones en “La Madrastra”, mi personaje tiene una búsqueda constante por la verdad y la justicia, entonces eso se expande y se extiende hacia un presente noventero, que es en la década que transcurre la obra, más o menos en el verano del ´91, en pleno inicio de la transición”, revela.
Es interesante lo que representa “La Madrastra” en su carrera como actriz, esto porque hasta el día de hoy es una telenovela que recuerda a la perfección -tenía seis años cuando la vio por primera vez-, fue además una historia que la motivó para convertirse en actriz, más tarde y en su debut en televisión con la teleserie “Purasangre” (2002) tendría el privilegio de compartir escenas con Gloria Münchmeyer -Estrella Sáez, la asesina de Patricia en la teleserie- y hoy le da vida a la mismísima Marcia Jones.
“Lo primero que se me viene a la cabeza cuando recuerdo esta teleserie es el toque de queda del año 81, que por entonces era medio irregular. Me acuerdo de eso y del impacto que la transmisión de la historia tenía en las personas, ¡quién habrá matado a Patricia! Incluso me acuerdo de la ropa, mi mamá pelando la blusa de las señoras, etc. La verdad es que, si me preguntas, me acuerdo de todo. Ahora bien, las primeras veces que me lancé a leer el libreto para esta obra lo hice sin ver el referente, solo por lo que me acordaba, y debo de confesar que me admiré bastante mi misma porque después, cuando empecé a ver el referente, vi que era más o menos lo que yo había calculado”, rememora.
— Tanto la dramaturgia como la dirección de la obra están a cargo de personas jóvenes, en ese aspecto, ¿qué les parece la reconstrucción que este grupo hace de un período como la dictadura militar habiendo nacido ellos en democracia?
—Andrea Giadach: “Siento que ellos (Cristián Cristino a cargo de la dramaturgia y Mario Monge en la dirección) están tratando de indagar profundamente en un tema como la dictadura, pero desde una mirada más contemporánea, y eso, es un ejercicio súper valiente. Además, por algo está surgiendo, hay una necesidad ahí, finalmente, porque el Estado ha hecho todo un aparataje desde la dictadura y la gestación de este neoliberalismo para negar toda revisión de la memoria y los acontecimientos. Por lo tanto, que personas más jóvenes estén analizando aquello me parece que es un acto de valentía estética -porque es un riesgo estético- y también hay una sensibilidad de decir: ¡‘a ver, en qué estamos, por qué llegamos a este punto, por qué este país está como está’!
Un ejemplo concreto de ello es lo que está pasando con educación, el paro de profesores, el hecho de quitar Historia como un ramo fijo y dejarlo como electivo. De hecho, es la segunda vez que se intenta, durante el primer gobierno de Piñera también pasó. Entonces ahí, claramente, hay una mirada y una intención de querer borrar todos los procesos históricos, de anular cualquier tipo análisis”, evidencia.
—María Paz Granjean: “Quienes realizan la propuesta de dirección y diseño son personas súper jóvenes, entonces a nosotros nos llamaba mucho la atención cómo ellos se estaban conectando con un pasado que no les pertenecía en lo más mínimo. Es bien divertido, pero si a ellos les preguntas, ellos creen que nacieron en democracia. Sí, históricamente nacieron en democracia, entonces tienden a creer que como nacieron durante la transición, lo otro ya se solucionó, hay algo como, ‘sipo, eso ya pasó’. Y en el transcurso de sus vidas y de su madurez se dan cuenta que nada de eso había pasado y se comienzan a interesar por esa memoria. Por esa memoria oculta, negada, y tergiversada de tantas maneras. Por lo tanto, me pareció interesante que gente tan joven pusiera el ojo, el dedo ahí. Es muy raro, porque no está a la moda, no es un musical, no son las emociones artificiales, ¡no, es eso, lo que según yo nos constituye completamente! Incluso hasta el hecho de frivolizar un musical, no es más que el resultado de una hardcore dictadura y un horrendo paso a la democracia”.
¡Para mí todo es dictadura, no tiene otro afán!, porque eso es, todo es consecuencia de eso, un devenir súper concreto. Y yo sé que la gente joven le quiere hacer el quite, pero no hay como hacerle el quite porque tú fuiste concebido por una dictadura, tu manera de nacer, el doctor, el sistema de salud que pagaron para que nacieras, tu educación es de dictadura, es algo totalmente ineludible”, afirma.
— ¿Qué rol cumple lo femenino dentro de la puesta en escena de “Lucecitas en el cielo”?
—María Paz Granjean: “El otro día leía una entrevista de Marcelo Mellado en “The Clinic” y hubo algo que me llamó mucho la atención, y es que él decía: ‘si hay algo que he aprendido bien del feminismo es que el abuso sucede en los cuerpos, no sucede en ningún otro lado, y que los cuerpos son territorios abusados’. A propósito de eso y de la mucha concentración y estudio que le he dedicado a una escena que me ha tenido pensando bastante, es que me puse a pensar en lo concreto que es el abuso en el cuerpo femenino, el abuso en todos los sentidos, y que en el caso de esta obra se materializa a través de esos cuerpos que emiten toda esa información y ese bagaje histórico. Y en ese aspecto creo que tampoco es casualidad que el dramaturgo lo haya pensado así, porque me parece que lo instala y que echa a andar las maquinarias abusadas, los territorios abusados”.
—Andrea Giadach: “Complementando un poco las palabras de la María Paz, creo que hay una negación del propio abuso y eso es súper fuerte, es tanto el dolor que se niega y se genera una realidad distinta. A mí me pasa también y observándolo más desde afuera, que el proceso creativo de este montaje apela a una forma de investigar y trabajar no hegemónica o no patriarcal. Por lo tanto, existe una instancia de transversalidad en la creación y que se refleja en la forma de operar nuestra, cómo surgen los recuerdos a través del dialogo, cómo nos escuchamos.
En ese sentido hay una dinámica que no tiene mucho que ver con ese teatro de antaño y que por suerte ya está pasando, en que el director decía: ‘esto se hace, esto no’, etc. En el caso de este montaje hay también una búsqueda escénica que apela bastante a aquello, porque Mario Monge, nuestro director, opera desde la prueba y cómo se va leyendo en el hacer, ¡y esa! es otra forma no hegemónica y que se agradece bastante”.
— Tomando en consideración el título de la obra y las luces como elemento distractor, ¿siguen existiendo en la actualidad “lucecitas en el cielo” que desvían la atención de temas relacionados con la violación a los derechos humanos?
—María Paz Granjean: “Absolutamente. Cuando tú ves a los venezolanos que están acá y que están protestando porque en Venezuela falta de todo, ¡lo que es bastante cierto porque yo viví todo eso las dos veces que estuve participando en festivales teatrales allá y es súper difícil!, pero igual ves como también se dispara para otro lado. El otro día escuché y presencié en una protesta en Plaza Ñuñoa -a propósito del intento de golpe de Estado del 1 de mayo contra el gobierno de Nicolás Maduro- cómo de repente comenzaron a atacar a una chilena –principalmente chilenos, hombres- y le gritaban: ‘comunista de mierda, comunista de mierda’, y ella les trataba de decir: ‘es que ustedes no saben lo que están pidiendo, mi papá es detenido desaparecido’, y yo escuchaba como los venezolanos le respondían: ¡‘bueno ya, supéralo, supéralo’!
¡La cuestión equivocada, supera que ni siquiera tengas el cuerpo de tu papá para poder enterrarlo!, a parte que aquí está todo mezclado, no son ejecutados políticos, son desaparecidos. Entonces que para algunos venezolanos eso no sea tema, pero sí el poder obtener un televisor, unas buenas zapatillas Adidas, ¡por favor supéralo, que nosotros necesitamos! ¡No tenemos toallas higiénicas!, Sí, entiendo, pero de ahí a que te digan que tienes que superar que nadie te entregue el cuerpo de tu padre y que no tengas derecho a ponerle una flor en una tumba, me pareció súper violento.
Y así una cantidad de distractores. Igual en Venezuela no se mueren las personas como acá en las postas, te diré que eso muy concreto, pero en nuestro país se ve más bonito porque las personas aquí andan con zapatillas de marca, o imitaciones chinas porque ahora hay tratado con China. La pobreza en Chile existe de manera súper satánica. Es muy miserable la vida de una persona que tiene que pagarles los estudios universitarios a sus dos hijos, ¡es terrible y eso está súper tapado!”, declara.
Por otra parte, la actriz tiene la sensación, como se dice en buen chileno, que se nos está constantemente tratando de embolinarnos la perdiz. “Creo que hay una obsesión por desechar las actividades ciudadanas, como todo lo que sea en comunidad, en realidad, ¡no, peligroso, te puede pasar algo! Pienso que se van a pisar la cola porque ya es demasiado evidente, no sé cómo decirlo, ¡o sea!, quitar historia. ‘¿Por qué quitaste Historia?’, la respuesta tiene un sujeto y un predicado no más. ¡No quiero que te acuerdes de eso!, es súper simple, entonces esa simpleza de quitar Historia, me parece muy vulgar”, acusa.
—Andrea Giadach: “Si los nuevos fascismos están surgiendo es porque hay una profunda ignorancia y porque existe una necesidad de negación hacia nuestros procesos históricos, y como dice la María Paz, hay distintas fórmulas para aquello. La primera y más básica de esas fórmulas es quitar Historia, pero por supuesto que hay muchísimas más lucecitas que intentan aquello.
Hay una anécdota que es de Jorge Mateluna y que él cuenta desde la cárcel, lo pone en una de sus cartas, lo quiero nombrar a él porque fue un hombre que resistió y que fue encarcelado por su historia, a propósito de Historia. Mateluna cuenta que la primera vez que estuvo preso en la cárcel se hacían rondas de mate mientras se escuchaba a Silvio Rodríguez y se conversaba sobre un mundo mejor. Hoy día lo único que se escucha en la cárcel es reggaeton y cómo después de salir te vas a comprar el mejor auto, el peluche más grande. Entonces son otras lucecitas las que se cruzan y atraviesan desde la clase más alta a la más baja”, reflexiona.
Cleteras de toda la vida
“Nosotras somos ultras cleteras, pero así, de toda la vida”, confiesan ambas actrices cuando en medio de la entrevista nos adentramos en el mundo de la bicicleta. A mí me pasa que en el último tiempo la bicicleta se ha vuelto para el peatón lo que en un momento fue el automóvil para la bicicleta, observa María Paz Granjean, y agrega: “entonces dentro de ese contexto a veces encuentro que el ciclista es medio violento con el peatón, pero eso pasa porque todos los que hemos andado en bicicleta hace mucho rato, sabemos lo violento que es todo hacia la bicicleta. ¡El peatón no quiere que estés cerca de él, el automovilista no quiere que estés cerca de él, ojalá que no existas!”, declara.
La actriz atribuye dichos niveles de violencia a un punto en específico, al hecho que las bicicletas no paguen permiso de circulación o, en palabras más sencillas, que circulen de forma gratuita. “En este país, el hecho que circules con tu bicicleta de manera gratuita por la ciudad, es un acto que agrede a muchísimas personas. Agrede que haya personas que no paguen por moverse”, dispara.
— ¿A eso atribuyes entonces todo este debate que se ha generado durante los últimos meses en torno a la posibilidad de que las bicicletas tengan patentes?
— “Pero por supuesto. Yo creo que siempre se trata de plata. Lo que les molesta a los dueños del capital es que haya gente que se mueva gratis. Y en ese aspecto, les guste o no, la bicicleta es una fuente de libertad, ¡y si no hay buses en la noche porque queremos que la gente se acueste a cierta hora!, ¡pico, yo voy andar con mi bici, igual! ¡‘No poh, no poh’! Entonces no tienen por donde controlar eso. Por lo tanto, la bicicleta siempre ha sido y será como la voz de lo incontrolable, de la fuga, de, ¡‘ya, chao, me voy’!, de la autonomía, es bien autónoma la bicicleta. De hecho, no la mueves con ninguna otra cosa que, con tu propia energía”, destaca.
Es tanto el amor que la actriz le profesa a la bicicleta que incluso la engalana con una cita de “Mala Clase”, la premiada obra teatral del destacado dramaturgo nacional, Luis Barrales. “Hay un texto de Barrales bien bonito que dice al final, ‘anden en bicicleta hasta que los huesos no aguanten’!, y a mí siempre me pareció bonito ese gesto de ¡voh dale, si todos podemos mover las piernas un poco! Para mí eso es la bici y también me siento agredida cuando otros ciclistas agreden al peatón, si al final el peatón también está en formación de eso, y somos tantos que solo espero que se instale con más fuerza no más”, remarca.
Hemos de volver a humanizarnos
“Para mí la bicicleta es libertad, absolutamente”, confiesa Andrea Giadach, y agrega, “me siento súper autónoma, libre, y se necesitan urgentemente políticas públicas porque no basta solo con la prohibición de andar en la vereda, faltan ciclovías, falta educación. Hay ciclistas que son la raja, que te apañan, otros que son más peleadores, pero también hay peatones que tienen mucha rabia”.
La actriz recuerda que solo hace un par de semanas se salvó de ser atropellada por un chofer de la locomoción colectiva. “María Paz fue testigo de cómo un micrero me tiró el vehículo encima, yo iba cruzando por la calle en bicicleta y si no me muevo, me atropella. Esa misma situación me llevó a pensar si finalmente somos nosotros, los ciclistas, los del problema, pero no, ¡es la ciudad!, cómo está concebida la ciudad es el problema”, evidencia.
Este análisis, dice, la hace llegar de nuevo a la misma conclusión, el tipo de sistema en el que estamos viviendo y que se evidencia en el no diálogo. “Si yo me subo a una bicicleta, me convertí en una ciclista, si tú te subes a manejar un auto, eres un automovilista. Por lo tanto, las personas que existen ahí, dejan de ser personas y empiezan a jugar un rol y a atrincherarte en ese rol, entonces existen trincheras de lo significas tú, y eso es lo que se debe romper. Debemos entender que necesitamos ciudades amables y ¿cómo logramos eso?, a través de una educación consciente, que no solo tiene que ver con la prohibición y la norma, sino que también en cómo yo facilito que las personas nos veamos y seamos capaces de dialogar de verdad, vernos realmente en la humanidad”, reflexiona.
La invitación de la actriz entonces, es a que nos volvamos a humanizar, no a través de ese diálogo vacío, sino que, por medio de una palabra, un gesto, una mirada. “Eso es lo que me gusta de la migrancia, que llegaron personas de Latinoamérica que hablan más, que son capaces de dialogar, te abordan y uno solo tiene que hacer el gesto de hablarse y de mirarse. Yo creo que la bicicleta invita a aquello y hay que saber atender esas señales”, empatiza.
Por su parte, María Paz Granjean, es especialmente crítica con los niveles de contaminación que existen en la ciudad y que muchas veces hacen que la bicicleta se transforme más en un problema que un bienestar para la salud. “La triste circunstancia de siempre, no tenemos aire suficiente. Están los eternos valientes que se movilizan en bicicleta durante el invierno y es verdad, yo también tengo mi mascarilla antipolusión que hay que lavar, secar, etc., pero el dolor de cabeza es demasiado y no existe oxígeno para poder realizar ningún tipo de actividad física al aire libre. Entonces lo que debería transformarse en un ejercicio sano de descongestión se transforma en una enfermedad, en una sinusitis, y ¡alguien se beneficia con tu sinusitis, alguien se beneficia con tu tos, a alguien le haces pagar sus próximas vacaciones!, acusa.
— Ya se cumplió un año desde que entró en vigencia la nueva Ley de Convivencia Vial, qué opinión tienen al respecto, ¿se mejoró en algo la convivencia, se evidencian cambios?
—María Paz Granjean: “La mejor forma de poder graficar esa pregunta es como si en una avenida como Vicuña Mackenna alguien le pudiese plantear a otra persona algo así como: ¡‘y qué pasó con la Ley de Convivencia Vial, porque según esa ley yo debería poder pasar por aquí con mi bicicleta, pero resulta que aquí no cabe ninguna persona parada’! Entonces en ese aspecto creo que se planteó de una manera bien absurda, por decirlo menos. Lo positivo es que en lo personal me ha dado la posibilidad de diálogo con las personas, pero más allá de eso no creo en verdad que haya facilitado mucho las cosas”.
En el fondo, argumenta Andrea Giadach, son más bien arreglos cosméticos que tienen que ver con titulares, como que se está haciendo algo, pero en verdad no se está haciendo nada. “Muchas veces las ciclovías van en contra del tránsito y son súper peligrosas. Es súper difícil eso, es súper complejo, faltan políticas reales, como que de verdad a alguien le importe”.
A lo que María Paz agrega: “como lo que ocurre en la comuna de Providencia, se remarca con pintura solo la llegada al metro, entonces pareciera que la ciclovía continúa, pero resulta que no, se termina ahí. Todo eso me parece de un maquillaje asqueroso, sin sentido y sumamente peligroso porque uno se puede hasta matar si no se sabe que la ciclovía se acaba inmediatamente. Lo mismo ocurre en Ñuñoa, ahí las ciclovías son de la risa y también son muy proclives a que uno pueda sufrir un accidente y hasta matarse, porque los automovilistas para poder ingresar a los estacionamientos de sus casas no tienen cómo ver si viene o no viene una bicicleta. Otro ejemplo, los árboles que están chuecos, ¡cómo pasas con un árbol que está inclinado!, como si estuvieras jugando. Es como si nada se tomara en serio”, reclama.
Granjean no duda en lanzarle la pelota a las autoridades, “que alguien que legisle se haya subido alguna vez a una bicicleta”, recalca, y agrega: “es como la Ministra de Transporte, porque se toma la fotografía con una tarjeta bip cree que eso es andar en micro. ¡Que se levante a la hora que se levanta la mayoría de los chilenos y que se vaya al paradero a tomar la micro, y que ese acto lo repita durante 20 años, recién ahí que empiece a hablar de qué se trata el transporte público en Chile! Es todo tan vulgar que encuentro que ya se ven los hilos de esa vulgaridad. Como que es demasiado transparentosa esa vulgaridad”, sentencia.
“Un día la tortilla se va a dar vuelta y va a ser terrible, va ser sangriento”, advierte, en referencia a “Titikaka”, la canción que es parte del álbum “Dime qué pasa” (2001) de la banda La Floripondio.
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