El filme protagonista de nuestra sección “La bicicleta en cine” de la edición de julio es “En la gama de los grises” (2015), del director nacional Claudio Marcone y protagonizada por Francisco Celhay, Emilio Edwards y Daniela Rodríguez. Este es un largometraje donde la bicicleta y la ciudad de Santiago se conjugan y complementan a la perfección.
No es extraño que Claudio Marcone, director de la película chilena “En la gama de los grises” (2015) haya elegido como centro de locación para este filme la ciudad de Santiago, esto porque para muchos la capital de Chile sigue siendo eso, una ciudad cuyo velo siempre está en la inamovible gama de los grises. Más aún, para entonces todavía no se inauguraba el colorido paseo Bandera, por lo que Santiago seguía vibrando en la misma escala de color, el gris.
Eso sí, el acromático de “En la gama de los grises” es más cercano a la máxima, es decir, al blanco, que, a la nula, correspondiente al negro. Este último, muy característico y presente en muchos de los largometrajes que se firmaron en Santiago durante la década de los noventa. Primero por el tipo de cámaras que se utilizan, tanto en la década pasada como en el presente, y segundo porque efectivamente Santiago era mucho más gris en la década pasada que en la actual.
El gris es también un matiz que acompaña gran parte de los sentimientos y emociones del personaje principal, Bruno, interpretado por Francisco Celhay, un reconocido arquitecto de 35 años que luego de llevar una vida casi perfecta junto a su esposa e hijo (Matías Torres), decide separarse de su compañera de vida, Soledad, interpretada por Daniela Ramírez, para marcharse a vivir una vida de soltero al taller de su abuelo (Sergio Hernández). Este gris no es solo evidente en la emoción que Celhay le imprime a su personaje, sino que también por el filtro que el director le da a la primera parte del filme.
¿En qué momento la imagen alcanza otra gama de colores?, cuando el protagonista tiene un encuentro sexual y amoroso con Fer (Emilio Edwards) un relajado profesor de historia de 29 años, homosexual asumido, y cuyo trabajo es realizar tour en bicicleta por los lugares turísticos de Santiago. Con este encuentro, el personaje de Celhay se quita –literalmente-, un peso de encima, por lo que sus emociones ya no son tan grises ni densas, sino que más bien livianas y coloridas.
Esta analogía de lo denso y lo liviano se ve también representada en el tipo de bicicletas con las que se movilizan los personajes, evidenciando, así, cada una de sus personalidades. Mientras Fer, un tipo relajado y desprejuiciado se mueve en una pistera –bicicleta de por sí liviana-, Bruno, un hombre acongojado, reprimido, homosexual no asumido y en extremo preocupado por el que dirán, se moviliza en un modelo de bicicleta mucho más pesada como lo es una bicicleta urbana.
Por tanto, la bicicleta, aquí, juega también un rol movilizador en los personajes, especialmente en Bruno, quien sale de su zona de confort para sumergirse en un terreno de arenas movedizas y aguas turbulentas. Esta idea de la bicicleta como generadora de cambios internos en el personaje queda de manifiesto al inicio del largometraje, cuando sentados en el banquito de una plaza, Soledad (Daniela Ramírez), le reprocha a su ex esposo, el abandono:
— ¡Pero te vas igual, Bruno, y lo haces de a poco, para que no duela. Para que ni yo, ni el Dani, nos demos cuenta. Primero te llevas todas tus cosas, tu ropa, después esa bicicleta que jamás en tu vida ocupaste!
Le enrostra su ex compañera. La bicicleta, entonces, es un espíritu dormido que se pone en marcha con el hermoso y revolucionario acto del pedaleo.
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