“Las trillizas de Belleville” (2003), del director francés Sylvain Chomet es otro de los filmes donde la bicicleta, pero especialmente el ciclismo de competencia, son protagonista.
El tema central de esta película animada es el famoso Tour de Francia (competencia de ciclismo profesional en ruta que va por etapas y que se lleva a cabo desde 1903). Por esa razón es que en la hora y veinte minutos que dura el largometraje, todo es bicicleta. Desde los afiches y fotografías que hacen alusión a la bicicleta y que son parte del decorado de la habitación de uno de los protagonistas, hasta la película –“Día de fiesta” (1947) de Jacques Tatis y que también fue parte de nuestra sección Yo amo mi bicicleta de la edición de junio de 2018- que ven las ya longevas trillizas de Belleville en una de las escenas.
Este filme narra la historia de una abuela, su nieto y Bruno, el perro, cuyo nombre -junto al de Madame Souza, la abuela- son los únicos que conocemos en el transcurso de la película, esto porque ninguno de los personajes tiene diálogo, simplemente canciones y pantomimas.
La historia transcurre en un pequeño y tranquilo pueblo de Francia que no tarda mucho en ser alcanzado y consumido por la modernidad. Tanto así que la línea del tren que va en altura pasa casi por encima de la casa de la abuela y el nieto, dejando incluso la vivienda que tiene forma de torre, totalmente chueca.
Esa imagen -muy simbólica, por lo demás, porque da cuenta de lo siniestro e invasivo que puede llegar a ser a veces el sistema- es una de las muchas críticas que el filme hace de la sociedad. Pero no solo eso, su contexto, que transcurre desde la década del ‘20 en adelante, es bastante visionario y futurista respecto a lo que vendría y a lo que estamos viviendo en el mundo en la actualidad.
El mejor ejemplo de ello en el filme es la representación que se hace de Estados Unidos, pero especialmente de Nueva York -todo esto por supuesto a partir de lecturas implícitas- y que exhibe a todos los habitantes de Belleville como obesos, incluido simbolismos como la estatua de la ciudad (una versión también obesa de la Estatua de la Libertad y que en vez de antorcha sostiene una hamburguesa en su mano derecha) y los tres premios Oscar que obtienen las trillizas por uno de sus musicales, todos obesos.
La narración de la historia se traslada a este Estados Unidos ficticio luego de que el nieto de Madame Souza fuese secuestrado –en pleno Tour de Francia- por gánster de la mafia francesa, quienes lo raptan a él y a dos competidores más con el propósito de realizar con ellos apuestas, al más puro estilo de las carreras de caballos, donde por supuesto estos últimos son reemplazados por bicicletas estáticas.
De ahí en adelante todo es aventura. La abuela se embarca en la búsqueda de su nieto, teniendo a Bruno, el perro, como el principal detective. Y es precisamente en su llegada a Belleville que Madame Souza se encuentra con estas trillizas, ex estrellas del music-hall quienes le ofrecen techo, comida y le ayudan a rescatar a su nieto.
Sí, “Las trillizas de Belleville” es un filme animado y sin diálogo, pero tiene de fondo una hermosa banda sonora y un sonido que es inconfundible para todos aquellos que nos movemos en bicicleta, el siempre agradable sonido de las cadenas. Simplemente, música para nuestros oídos.